Pues sí, a Camilo José Cela Trulock le gustaba comer tanto como escribir; la comida le proporcionaba un exquisito placer y, a lo largo de su vida, algún que otro problema digestivo; la escritura le alimentaba el alma, le reencontraba con lo mejor de sí mismo y, como sucede con las grandes cosas de esta vida, le exigía un arduo, duro e intensivo trabajo
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